La palabra arquetipo es griega: «arque» significa origen, principio o causa principal; «tipo» significa algo que ha sido imprimido, moldeado o formado por un golpe brusco. Caprichosos y a veces fatalistas, los dioses de antaño son ahora arquetipos: sus leyes regían nuestro destino y su energía divina ponía a prueba nuestro temple. En realidad, los dioses y monstruos de la mitología y de las tradiciones religiosas son repeticiones y variaciones de unos pocos arquetipos.
Jung dio a los arquetipos el apodo de «dominantes» y los consideró puntos nodales invisibles ubicados en el inconsciente colectivo. Los arquetipos son atemporales y pertenecen a un mundo psíquico cuya contenido nos emociona, apasiona y conmueve. Considerados los órganos de la psique, los arquetipos funcionan como campos magnéticos emitiendo constantemente energía psíquica. Por esa razón se les equipara con “centros de energía” que transforman los procesos psíquicos en imágenes.
Las imágenes procedentes de los arquetipos llegan a nuestra mente en forma de sueños, intuiciones y símbolos. De esta forma se hacen perceptibles a nuestra mente. Mucho más que una simple imagen, un símbolo es una manifestación de la energía del arquetipo, una señal cargada de emoción capaz de movernos a actuar.
Las imágenes generadas por los arquetipos son símbolos que suelen derivar en mitos. La mitología humana ha producido símbolos similares tanto en épocas diversas y como en países diferentes incluso sin haber contacto aparente entre ellos. Los investigadores de mitología denominan a los arquetipos «motivos».
El mundo
psíquico es inmenso y abarca mucho más que nuestro consciente. El psicólogo
suizo Carl Gustav Jung (1875 - 1961) describió nuestra consciencia como una
pequeña isla en medio del océano inconsciente. Quizás ése era el mundo real, y
nuestro pequeño mundo consciente un sueño.
Aunque hoy
lo denominemos “plano astral”, para Jung ese vasto océano era el inconsciente
colectivo. Como el término sonaba muy racional y neutro, en su autobiografía buscaría
alternativas como “maná”, “dios”, "daemon", o simplemente “ángel”.
No
podemos ver a los ángeles, ni las ondas de radio o televisión, tampoco nuestras
emociones y sin embargo existen y están muy presentes. Quién nos hace comer
chocolate de manera compulsiva, o fumar, sabiendo lo perjudicial que resulta. Según
la ciencia médica, alguna molécula es la responsable; la nicotina o el azúcar
crean la dependencia. Al final el desequilibrio llega a poner en riesgo nuestra
salud.
Jung dio a los arquetipos el apodo de «dominantes» y los consideró puntos nodales invisibles ubicados en el inconsciente colectivo. Los arquetipos son atemporales y pertenecen a un mundo psíquico cuya contenido nos emociona, apasiona y conmueve. Considerados los órganos de la psique, los arquetipos funcionan como campos magnéticos emitiendo constantemente energía psíquica. Por esa razón se les equipara con “centros de energía” que transforman los procesos psíquicos en imágenes.
Las imágenes procedentes de los arquetipos llegan a nuestra mente en forma de sueños, intuiciones y símbolos. De esta forma se hacen perceptibles a nuestra mente. Mucho más que una simple imagen, un símbolo es una manifestación de la energía del arquetipo, una señal cargada de emoción capaz de movernos a actuar.
Las imágenes generadas por los arquetipos son símbolos que suelen derivar en mitos. La mitología humana ha producido símbolos similares tanto en épocas diversas y como en países diferentes incluso sin haber contacto aparente entre ellos. Los investigadores de mitología denominan a los arquetipos «motivos».
Al inconsciente colectivo, Jung solía compararlo con el
mar, imagen que aparece por igual en sueños individuales como en mitos
primitivos, donde el océano es representado a menudo como un universo-espejo
que contiene reflejos de lo que hay en la Tierra.
De hecho,
Jung vislumbró una serie
de puntos nodales invisibles ubicados
en el inconsciente colectivo. Aunque preliminarmente los
apodó «dominantes», finalmente los llamó arquetipos y sospechó que contendrían mucha más energía de la que
podríamos manejar consciente y racionalmente.
De hecho, tanta
energía psíquica, grandiosa y
divina ―numinosa—
nos trasciende y sobrepasa al ego. Además de obligarnos a dejar de ser
inconscientes y egoistas, el arquetipo nos hace mejorar y ser más íntegros. Nos refina y transforma mediante
esos símbolos que constantemente nos envían. En la
antigüedad, los mitos servían para contener esa energía.
La transferencia proveniente de los arquetipos no pertenece al
reino humano. Por ello necesitamos buscar un vehículo apropiado para esa
grandiosidad, y aunque mucha gente lo encuentra en la iglesia, otros
prefieren las ideologías. Cuando una ideología llega a ser numinosa puede ser
portadora de energía grandiosa.
Por
tanto, un posible efecto tras recibir esa energía puede ser o bien narcisismo, sentimientos
de grandiosidad o ego inflado. Cualquiera de nosotros es víctima potencial de la
grandiosidad porque todos tenemos acceso a esos poderosos centros de energía.
Detrás
de muchos de nuestros problemas psicológicos están los arquetipos. Aparecen en
forma de psicosis cuando los complejos se convierten en entidades con vida
propia que nuestra voluntad no puede dominar, o con paranoias que anticipan al
arquetipo por todas partes. Aparecen también en forma de neurosis cuando nos
causan problemas nerviosos: trastornos compulsivo-obsesivos, ansiedad, fobias y
depresión. En los planetas orbitando a una
estrella, Jung halló el origen de los complejos: el arquetipo, el cual se
comporta como una estrella capaz de hacer girar nuestros pensamientos alrededor
de ella.
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